Dentro de las causas más habituales que acostumbran a deteriorar una fachada se encuentran las afecciones por la climatología. La continua exposición a la intemperie influye enormemente en la durabilidad de las fachadas, por lo que situaciones extremas en la meteorología afectarán notablemente en sus condiciones de conservación.
¿Cómo actúa la helada en las fachadas?
El efecto nocivo de las heladas se debe, en resumen, a la expansión del agua al congelarse. El agua de la lluvia se introduce en los poros y fisuras de la fachada y, al congelarse, se expande comprometiendo su integridad y constituyendo un importante factor destructivo. Es, por tanto, la transformación del agua líquida en hielo la que genera un aumento de volumen que ocasiona grandes presiones sobre las paredes de los capilares.
La resistencia al hielo no depende sólo de la cantidad de agua susceptible de congelarse, sino también de la estructura de la red capilar y de la distribución, forma y dimensiones de los poros. Las estructuras de poros grandes son menos susceptibles de este fenómeno, ya que el agua no alcanza tanta profundidad como en los poros finos. La acción del hielo puede causar la desintegración y el desconchado de la superficie del material.
Los productos de arcilla cocidos a baja temperatura son más vulnerables a las heladas por tener un importante porcentaje de poros finos. La resistencia a la helada de un producto de arcilla cocida es mayor al aumentar el porcentaje de poros.
Cambios bruscos de temperatura
En la misma línea, otro de los factores climatológicos que afectan al deterioro de las fachadas es la temperatura. Los cambios bruscos y reiterativos de temperatura se materializan en acciones mecánicas debidas a cambios de volumen como consecuencia de las dilataciones y contracciones. Esto puede llegar a producir roturas en la fachada.
El efecto más habitual se produce entre zonas soleadas y sombreadas, así como entre capas superficiales y profundas, al producirse diferentes movimientos térmicos entre capas a consecuencia de la baja conductividad térmica. Este fenómeno da origen a la aparición de tensiones por movimientos diferenciales entre superficie e interior, que puede llegar a separar la capa superficial del resto, e iniciarse la arenización.
En definitiva, las fachadas están sometidas a agentes externos continuos y cambiantes, que alteran su composición y amenazan su durabilidad. Es por ello que, con independencia del tipo de fachada, siempre resulta conveniente efectuar un mantenimiento preventivo que nos evite llegar a lamentar posteriores daños.
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